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Rompiendo el tiempo

 

Hace muchos, muchos, muchos, millones de años, la evolución de las especies alcanzó su punto culminante con la creación un ser inmortal e indestructible, la bacteria.

Sólo tenia un pequeño defecto, le encantaba comer, bueno, de hecho, sólo vivía para comer. El sexo no existía. El deporte no existía. El humor no existía. Ni las tertulias de sobremesa existían. Sólo existía un organismo que se dividía en pares idénticos, y las conversaciones entre idénticos acostumbraban a ser extraordinariamente predecibles y aburridas.

Pero un día, en un cálido charquito al sur de la actual Xàtiva, ocurrió un suceso que no por previsible, resulto ser menos catastrófico. Una serie de bacterias comunes, desesperadas al no encontrar tanta comida como ellas querían y hartas hasta el flagelo, de la conjura maltusiana que las obligaba a pasar hambre, pactaron sacrificar su inmortalidad, su omnipresencia y su invulnerabilidad, para fusionarse en una pequeña agrupación de intereses comunes con un solo objetivo; comer más y mejor.

Un objetivo muy loable, cuyos ecos todavía retumban en el interior de muchos de mis colegas y que cambió toda la historia del planeta tierra.

Una observación superficial, desde nuestra perspectiva histórica, nos muestra que en lo que se refiere a su principal objetivo, el intento fue un éxito. Estos pequeños seres incorporaron, voluntariamente o por la fuerza, a otras bacterias y en poco tiempo su poder y éxito era tan grande que, envalentonados, decidieron ir un paso más allá y coordinar esfuerzos para adentrarse en el trabajo en equipo.

 La unión hace la fuerza

La pequeña unión de bacterias en forma de globito consiguió atrapar aún más comida que sus coetáneos. Mucha más comida. Tanta comida que una vez saciadas, las ex-bacterias pudieron dedicar sus energías excedentes a hacer otras cosas que no fuese comer, por ejemplo: ¡Sexo! y además aprender, controlar el entorno, comunicarse, crecer, mejorar. Un increíble universo se abrió a los inexistentes ojos de los intrépidos equipos de bacterias. Pero como todo en esta vida, había un precio a pagar.

Esta primogénita agrupación de bacterias había conseguido liberarse de la esclavitud del hambre, pero había caído en las manos de un dúo de Dioses iguales o peores; el Señor del Tiempo y el Señor del Espacio.

Al principio, el hecho de descubrir el Tiempo y el Espacio les maravilló y elevó sus invisibles orgullos a cotas nunca vistas. Cotas que ya alcanzaron la atmosfera cuando la dialéctica Espacio-Tiempo, les hizo darse cuenta de que eran unos seres únicos y diferentes. Billones de procariotas sin personalidad pululaban a su alrededor. Imposible distinguir una de otra. En cambio ellos eran capaces de identificarse en el espació y el tiempo. Era una prueba más de su superioridad!.

El despertar

Hasta que un día, la cruda verdad se desplegó ante sus ojos; ahora eran individuales, pero también eran temporales y locales.

Tenían tiempo y espació para ser y hacer lo que quisieran, podían aprender y mejorar, pero todo moriría con ellas… Habían quedado limitadas a un espacio y tiempo.

Cuando se dieron cuenta de su catastrófico error quisieron volver atrás. Pero, se encontraron con la puerta cerrada y un ángel, espada flamígera en mano, les dijo:

– Habéis pecado. Ya no podréis volver a ser procariotas. Ahora os quedareis encerradas en la prisión que sois. Diferenciadas y finitas y nunca más podréis volver al Paraíso.

Nuestros antepasados, expulsados del Paraíso, lejos del Peak Evolutivo -la perfecta forma bacteriana- se hundieron en la miseria y se dejaron esclavizar sin luchar.

El Tiempo y el Espacio se convirtieron en los amos y señores de nuestras existencias.

Time goes by

Desde esos lejanos días, los dioses carceleros, han venido controlado, marcado y condicionado hasta el último detalle de nuestras vidas.

Durante millones de años, seguimos comiendo y engordando, al fin y al cabo en esto seguiamos siendo muy buenos. IComiamos intentando olvidar aquello que una vez fuimos, nos dejabamos llevar por la ingesta compulsiva y masiva. Tanto comimos que adquirimos dimensiones realmente notables y preferimos olvidar nuestras ansias de conocimiento y mejora y seguir comiendo. Aprender y conocer nos había condenado, era mejor sacarle partido a nuestro pecado y concentrarnos en lo que éramos buenos: comer y no pensar.

Nos convertimos en enorme zombies. Animales o vegetales, atontados, abotargados, ignorantes de lo que una vez habíamos sido. Vagábamos por el Espacio, dolorosamente conscientes de que vagábamos por el espacio. Vivíamos dolorosamente conscientes de que vivíamos

Fuimos enormes. ¡Fuimos gigantes!.

Pero quien ha conocido la inmortalidad, ya nunca más olvida esa sensación, por mucho que lo intente y por muy grande y estúpido que pretenda ser.

Y el deseo de volver a ser inmortal y omnipresente, se convierte en el más fuerte de los impulsos vitales. Un impulso tan fuerte que incluso una prisión tan poderosa como el espació y el tiempo, en la que se encerraron nuestras tatatarabuelas las bacterias faustianas, empieza a mostrar sus puntos débiles, sus pequeñas grietas.

 Las buscamos, y las encontramos

Al principio, las grietas en los muros de la prisión, eran microscópicas. Eran tan pequeñas que incluso dudamos de su existencia. Pero durante millones de años, gracias a la fe inquebrantable de unos pocos, sacando granito de arena a granito de arena sin prisa pero sin pausa, conseguimos ampliarlas. Con paciencia infinita, rascando y presionando sin parar, los granitos de arena fueron cayendo.

Los últimos miles de años hemos conseguido agrandar tanto la brecha, que ahora, incluso podemos respirar el aire a libertad que nos llega desde el otro lado del muro y,  últimamente, la brecha se abre a tal velocidad que incluso podemos mirar, aunque sea con un solo ojo y sin profundidad.

Este acelerón en la apertura de la grieta se lo debemos a dos extraordinarias herramientas: la cultura y la tecnología.

Con estas dos capacidades, poquito a poco, hemos podido ir luchando contra los Dioses del Tiempo y el Espacio. Y cada aumento en la capacidad tecnológica o cultural de la especie humana ha sido recompensado con un aumento de la libertad de acción; de más tiempo y más potencia creativa.

Crear y controlar el fuego nos libero del frió y la oscuridad. Crear y controlar los materiales nos dio mejores armas y pasamos de ser comida de animales carnívoros a comernos a los carnívoros. Crear y controlar la tierra nos dio cosechas predecibles y abundantes y nos liberó de tener que invertir tiempo, energía y riesgos en buscar comida.

Cada paso en nuestra evolución ha conllevado el romper uno de los candados que el tiempo y el espacio habían impuesto en nuestra vida. Y cada candado roto, ha abierto impensables revoluciones en nuestra forma de vivir.

Estos últimos años el ruido de candados rotos cayendo sobre el frió suelo de mármol del panteón de los dioses ha sido ensordecedor.

El presente

Ahora hablamos con las personas desde, donde y como queremos. Comemos lo que queremos, cuando queremos y como queremos. Viajamos por todo el planeta. Vemos lo que se emite en cualquier televisión del mundo. Escuchamos la música que queremos sin importar si el grupo son unos pirados de Finlandia, del Raval de Barcelona o de un corral en Albacete. Ya no nos preocupa si lo que escuchamos es música que todavía no ha salido al mercado o de un crooner de los años 30. Los programas de radio y televisión los vemos cuando queremos. You Tube es el canal de televisión más visto. Google se ha comido los servicios de documentación. Las fronteras más secretas y prohibidas de China, Corea o Pakistán las podemos visitar con «Google earth». Podemos ver y hablar en tiempo real con cualquier persona en cualquier parte del mundo.

Son cientos de miles los cambios que están ocurriendo cada año y por lo tanto, cada vez son menos los candados que nos quitan libertad, y más amplio y revolucionario el futuro que se abre ante nosotros.  Es una ola gigantesca que nos barrerá. Y para sobrevivirla tenemos que soltar lastre y avanzar bien encarados en su misma dirección. Estamos consiguiendo que el control del tiempo y el espacio vuelva a estar en nuestras manos.

Sin perdón

Afortunadamente, siempre nos quedará la administración central del estado para recordarnos que nuestro pecado de orgullo nunca será perdonado:

– ¿Cómo que tengo que ir en persona a llevarle este impreso? ¡Pero si vivo a 100 kilómetros del registro mercantil y sólo quiere recibir los e-mails de Hacienda!

– …

– Ah y tendré que volver otra vez dentro de unos días porque el trámite tarda varios días. ¿Pero no lo pueden hacer el mismo día? ¡Como que van desbordados y no tienen más espacio ni más horas!

– …

– No si lo comprendo, ¿pero no se dan cuenta de que tengo que desplazarme 100 kilómetros de ida y otros 100 de vuelta? ¿Tengo que perder todo el día y al cabo de unos días volver a repetir lo mismo?¿Es que no son conscientes ustedes del espacio que hay y el tiempo que pierdo?

– …

– Me hacen sentir tan insignificante. Tan pequeño…

-…

– ¿Ya usted solo es un funcionario, no es el que hace las leyes? Ya se que no es culpa suya …

 

Han transcurrido millones de años y las instituciones y su burocracia todavía consiguen que me arrepienta de nuestra decisión de no ser procariotas y habernos convertido en un ser temporal, local y finito.