Las propias ideas
Las personas solemos mirarnos las propias ideas, como si fuesen hijas nuestras y por lo tanto, sus defectos o problemas, los vemos como algo meramente circunstancial, temporal o excusable. Y sus virtudes las vemos como si fuesen innatas, evidentes y eternas. Además, cuando coincidimos con personas que tiene unas ideas parecidas a las nuestras, nos sentimos afines y cercanos a ellas, pues, en cierto modo, esta gente valida y nos dan la razón, en lo que ya pensamos y en la identidad de lo que creemos que somos.
Si yo, que soy buena persona, debido a mis valores y mi experiencia, y a la imagen de mi mismo que tengo, pienso que la idea o actuación ‘X’ es buena y, esto lo veo como algo evidente, las personas que también lo vean como algo bueno y evidente, serán personas que pensarán y tendrán unos valores parecidos a los míos. En consecuencia, su identidad será parecida a la mía. Y si yo, con esta identidad y estos valores, me considero una buena persona, ellos posiblemente también lo sean.
Las ideas de los Otros
Por el contrario, cuando las ideas de los demás, son diferentes, nuestra valoración acostumbra a cambiar completamente.
Puesto que sus ideas son diferentes de las nuestras, y las nuestras las tenemos porque consideramos que son buenas, tendemos a considerar las ideas de los demás como malas o, sospechosas de ser malas, hasta que no se demuestre lo contrario.
Cuanto más convencidos estamos de la bondad de nuestras ideas, menos margen dejamos a nuestra mente para dudar de ellas y para estudiar otras posibles ideas.
De este modo, frente a ideas diferentes que cuestionan la bondad de nuestras ideas, acostumbramos a adoptar una actitud crítica y, en caso de duda, bloqueamos su propagación. Además, si como hemos comentado en el punto anterior, a las personas que tienen ideas parecidas a las nuestras, tenemos tendencia a considerarlas como buenas personas; a las personas que tienen ideas diferentes de las nuestras, acostumbramos a considerarlas personas no afines, sospechosas o incluso malas. Si se demuestra lo contrario, podemos aceptar sin problemas a una persona con ideas contrarias a las nuestras, al fin y al cabo, todos somos demócratas. Pero la percepción genérica en estos casos, es que es una buena persona, con ideas equivocadas. Lo aceptamos casi como una enfermedad. Pero en general y por defecto somos, como mínimo, muy suspicaces con el otro.
La intensidad de estas percepciones, negativas o positivas, depende en gran medida de la intensidad en la percepción acerca de la propia bondad y, de la verdad indiscutible de nuestras propias ideas. Es decir, cuanto más seguro esté alguien de sus ideas y, de la verdad y bondad de las mismas, peores y más perjudiciales verá las ideas de los demás y por consiguiente peor y más perjudicial vera al portador de esas ideas.
La Buena Política
Si pienso que tengo la razón; que mis ideas o mis conclusiones son las mejores; que mi criterio es el más apropiado o que yo soy el más inteligente; pocos motivos tendré para valorar la opinión o el criterio de los demás. Y si yo estoy seguro de que mis ideas o, la ideología que he adoptado, son las que deben aplicarse, y se me concede el poder de implementar estas ideas, que yo creo que son buenas, pocos motivos encontraré para detenerme ante los problemas o, las ‘pequeñas’ desgracias que mis ideas o ideología puedan provocar. Al fin y al cabo, serán consecuencias colaterales del desarrollo de mis ‘verdades’ o de mis ‘certezas’. Unas verdades y certezas fruto de una ideología que yo, como buena persona que soy, aplico o quiero que sea aplicada, porque pienso que generará un bien mayor.
Incluso la mejor intencionada de las acciones, puede provocar un mal-menor. El impacto de este mal-menor será más aceptado, asumido y no discutido por las personas de una sociedad, en función de la gravedad del problema a resolver y el beneficio potencial que pueda reportar a muchas personas.
En política, como en la mayoría de ciencias sociales, es prácticamente imposible tener una certeza absoluta y compartida por todos los afectados, de la idoneidad de una actuación y de la gravedad de un problema. Para unas personas el aborto puede ser un problema gravísimo y para otros una bendición. Para unos, el mercado financiero puede ser una fuente de progreso y estabilidad y para otros, el origen de todos los males. Para unos, un personaje público puede ser el ejemplo y modelo para sus hijos y para otros, esa persona, ser el paradigma de todos los vicios del sistema. Todos somos únicos y diferentes, ergo es imposible tener una respuesta homogénea y común.
La valoración de la gravedad del problema, de cualquier problema, y del benefició potencial que una acción pueda reportar, nunca será realizada completamente por los poderes ejecutores, tras una correcta previsión de sus consecuencias o, del nivel de benefició que los afectados van a percibir, pues es casi imposible de realizar esta determinación, de una manera racional.
En gran medida, por no decir, casi siempre, la valoración de lo que es un grave problema y la valoración de los beneficios potenciales de una actuación, se hará desde la propias ideas y percepciones de la persona o personas que tengan el poder ejecutor. Y desde la capacidad que tengan, para transmitir a la sociedad, que eso es un grave problema o que esa actuación reportará a todo el mundo grandes beneficios, de manera que la sociedad no les critique por los efectos colaterales o el mal-menor, que su actuación provocará.
El bien común
No hay un bien común objetivo que justifique un mal-menor, más allá de la propaganda para calmar conciencias. En todo caso, hay una percepción subjetiva que se auto-excusa en el bien-común, para justificar el daño que necesariamente causará. Al no poder actuar de una manera racional, al político le es imposible el justificar por otros medios, los problemas y el daño que su actuación causará. Por esta razón acostumbra a buscar siempre la justificación en el bien-común y la disculpa en el mal-menor.
Cuanto más convencido este, quien o quienes tengan el poder ejecutor, de su propia bondad como personas y de la bondad de sus ideas y actuaciones; peor será el daño que causarán y menor la capacidad de reflexión y crítica sobre la propia actuación.
Cuanto mayor sea la masa social que el poder logre convencer, de la bondad de su propia actuación, más identificada se sentirá la sociedad con los poderes ejecutores, pues creerán que sus ideas son afines y por lo tanto sus bondades son similares.
El margen de actuación de un político irá casi siempre en función del éxito de su propaganda..
Del mismo modo, cuanto más buenos se crean los que detentan el poder ejecutor y la sociedad que les da soporte, más peligrosos verán a los que no comparten sus ideas y más indefenso y des-humanizado estará el individuo receptor del mal-menor o el que es diferente. Unos políticos que se crean ‘buenas personas’, sumado a una sociedad que se crean ‘buenas personas’, en la que ambos están convencidos de la bondad de sus ideas y tienen el poder para ejecutar estas ideas, en la mayoría de casos es un peligro.
En base a la verdad o bondad de nuestras certezas, y supeditándolo a lo que consideramos el bien común, podemos auto-concedernos bastantes licencias ético-morales que nos servirán para disculpar actuaciones políticas que, sin ser entendidas como ‘mal-menor’ o ‘consecuencia de’, condenaríamos sin dudarlo.
Los casos más flagrantes de este tipo de actuación ocurren cuando en nombre de la libertad, contra la opresión o contra el peligro de una ideología, se acepta la tortura y la muerte de otros seres humanos.
¿Cómo podemos evitar un nuevo Hitler?. Hemos de:
Separar la parte ideológica de la parte de gestión en la política, es decir, los partidos piensan pero no gobiernan.
Potenciar el papel de la oposición para que pueda ejercer la crítica con una fuerza parcial en proporción inversa a los resultados electorales.
Dificultar la re-elección de quienes detentan el poder, con elecciones progresivas de manera que en cada elección se necesiten más votos para conseguir la victoria.
Con estas herramientas básicas para evitar mesianismos, corrupción de poder y enquistamiento en el poder, en un ámbito tan grande como es la política Europea, podremos dificultar que el político que se crea bueno, nos convenza a todos de que es bueno y consiga carta blanca para acaparar el poder y aplicar bondadosas políticas cuyas consequencias luego todos lamentemos.
Los ‘héroes’ Nacionales
No debemos pensar que lo indicado se aplica sólo a extremistas, radicales y talibanes, cargados de ideas radicales y blindados a golpe de prejuicio en sociedades sub-desenvolupadas . Todos, en mayor o menor medida, tendemos a pensar que los que han causado desgracias en nombre de unas ideas diferentes a las nuestras, deben ser perseguidos y, los que han causado desgracias partiendo de unas ideas parecidas a las nuestras, deben ser disculpados o, como mínimo, comprendidos y situados en el contexto apropiado.
Uno de los ejemplos más claros de este tipo de comportamiento lo tenemos en la narración de la Historia. En cada país, los libros de Historia suelen situar los respectivos héroes nacionales en unos contextos y tratamientos muy favorables y comprensivos, que casi nunca se aplican recíprocamente, cuando se habla de los héroes de los países vecinos.
Lo que para las personas de un país son actos nobles y heroicos, para los habitantes del país vecino son salvajadas y genocidios, y a la inversa. La etiqueta de ‘elemento positivo’ que los Estados Nación otorgan a los elementos históricos, no tiene nada que ver con el propio elemento histórico, sino con el significado que el Poder Ejecutor de ese Estado considera que ese elemento tiene. Significado cuyo uso se limita al intento de unir a los habitantes del país en una identidad uniforme, reforzar su sentido de pertenencia y solidificar la afinidad de ideas entre sociedad y Estado.
El significado positivo que algunos elementos icónicos históricos tienen para una sociedad, puede ser significado de una forma absolutamente negativa por otras sociedades. Por ejemplo, elementos tan importantes como los Cruzados para Centroeuropa, el Cid para Castilla, los piratas en la historia Inglesa, los almogávares para lo que era el Reino de Aragón, el ejército napoleónico para los Franceses, la Compañía de Indias en Holanda, etc son percibidos muy negativamente en otros países.
Incluso cuando el héroe es compartido por varias sociedades, se puede tener una visión absolutamente opuesta, pues lo que se busca es valorar unos hechos en función de unas realidades e ideas más o menos afines a lo que queremos ser. Por ejemplo, las acciones del Rey Jaime I destruyeron el reino de Aragón, pero crearon el Reino de Mallorca. Crearon una separación entre Catalanes y Aragoneses, pero acercaron a los Catalanes a Mallorca y a los Aragoneses a Castilla.
Fue un buen Rey? Si Jaime I pudiese hablar, seguro que el se consideraría una buena persona y diría que quizás sus acciones tuvieron malas consecuencias, pero que él, puso toda su buena voluntad. Si preguntamos a los historiadores de hoy en día, que piensan de Jaime I, su respuesta dependerá de a quién preguntes y lo que esa persona se quiera creer que él es o, lo que pretenda justificar.
Valoramos en función de lo que queremos creer que somos, o lo que queremos construir y mostrar que somos. Si en base a esto nos identificamos con unas ideas o hechos, los vemos como positivos. Si no, en general los vemos como negativos. Y en este juego de sentimientos, no es necesario ser un radical extremista o vivir en una dictadura. Esto sucede en todas partes y entre todas las personas, países ricos e intelectuales incluidos.
Los ‘héroes’ Actuales
Tampoco tenemos que irnos a las profundidades de la historia de las naciones, para observar como el análisis de la actuación de un personaje histórico, no tiene nada de objetivo y que los propios personajes históricos casi siempre han excusado su actuación, basándose en unas buenas intenciones o grandes ideales.
El Ayatolá Jomeini, Fidel Castro, Pinochet, Franco, Hitler, Stalin, Reagan, Kennedy, Mao, Frantz Fanon, Arafat, etc, todos han excusado su acceso al poder o, el abuso del poder, en nombre de la libertad. Todos querían liberar a algún grupo de gente de la opresión o amenaza de otro grupo de gente y, todos creían que el fin justificaba los medios. Además, todos han tenido grandes grupos de población que les han apoyado o han excusado los ‘males menores’ que estos personajes estaban causando.
Así, nos encontramos con el hecho de que, en general, quién condena a Franco y a Pinochet quizás disculpa a Fidel Castro y a el Che Guevara. Quién condena a Stalin o Mao, quizás disculpa el apoyo americano a las dictaduras centro-americanas. Quién condena los abusos coloniales, quizás disculpa los abusos de las luchas de liberación colonial y las posteriores dictaduras. Quién condena los abusos en el mundo musulmán, quizás olvida los abusos en el mundo cristiano. Quién condena los abusos de los políticos nacionalistas, quizás es totalmente ciego con su nacionalismo. Quién condena la Alemania nazi y los Gulags rusos quizás es demasiado indulgente con la lucha antiterrorista actual. Quién disculpa Frantz Fanon, o Arafat, rápidamente condena Reagan o Nixon. Y quien mejor disculpa Reagan o Nixon no duda nada un segundo a la hora de condenar Breznev o Arafat.
Ángeles o demonios
Alguno quizás se pueda indignar e incluso pueda sentirse ofendido, por el hecho de que compare entre sí a algunos de estos personajes, y meta en el mismo saco a personas como El Che, Fidel Castro, Kennedy, Franco, Hitler o Arafat. Pero si aparcamos las lógicas afinidades sentimentales que podamos sentir por uno u otro, todos estos personajes tienen un punto básico en común: Partiendo de una idea suya de ‘bien común’, para una idea suya de país o sociedad, estas personas se han otorgado licencia para cometer actos que sin esa excusa ideológica, nunca serían cometidos, como es el matar y torturar a otros seres humanos.
Y no hemos de caer en la tentación de pensar que la diferencia entre, por decir dos nombre, el Che Guevara y Arafat respecto a, por decir otros dos nombres; Hitler o Stalin, es debida a que unos son buenas personas, obligadas por terribles circunstancias (Che Guevara o Arafat) y otros son simplemente unos monstruos (Hitler o Stalin), porque no es cierto. O más bien, no es del todo cierto.
Todo el mundo se considera buena persona. Y tan buena persona se consideraba el mismo Hitler, como Stalin o el Che Guevara o Arafat o Reagan.
Un ángel casi siempre genera su demonio y un demonio casi siempre se cree un ángel.
Nuestra valoración de su actuación por lo tanto, no depende totalmente de su correcta o incorrecta actuación, sino más bien de la línea de la vida que elegimos o del aspecto ‘ángel/demonio’ que seleccionamos nosotros para juzgarlos.
En nombre de grandes verdades, de buenísimas intenciones y, de muy loables luchas por la libertad; se han producido grandes desgracias y sangrientas revoluciones. Como dice el refrán:
El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
Unas conclusiones
Por todo lo comentado hasta este punto, puedo afirmar que no creo en nadie que piense que tiene la verdad. Que crea que, en nombre de la lucha por la libertad, se pueda sacrificar todo o, que crea que todos debemos actuar según un decreto divino que nos hará a todos más buenos o felices. No creo en las luchas altruistas por el bien común, ni en un mundo dividido entre ángeles y demonios.
Prefiero escuchar a aquel que no cree. A la persona que te explica sus dudas y no sus verdades. Al que busca a alguien que le pueda demostrar que sus ideas son erróneas y darle su razón de porqué las ve erróneas. Al que es consciente de que, exceptuando casos patológicos, todos somos ángeles y demonios y que nunca podrás tratar con el demonio de una persona si no eres capaz de ver el ángel que habita en el y viceversa. Y esto implica conocer a la persona. Sobretodo, hemos de conocer mejor a las personas porque es nuestro hábitat natural.
La verdad no es absoluta, ni tampoco es una antigua mentira desgastada. La verdad es tan solo un apoyo local y temporal, para poder ver mejor. Si no me permite ver mejor; no me sirve. Y la verdad más útil, es la que me permita conocer mejor a las personas.
Por lo tanto, es necesario construir una nueva Europa huyendo de grandes verdades e interpretaciones históricas, que sólo conducen a la división. Siempre hemos de tener presente que los ángeles de unos, son los demonios de los otros, las glorias de algunos, causaron las miserias de muchos otros y la intensidad de la bondad puede ir en relación directa a la intensidad del daño inflingido.
‘Las Grandes Cosas’ son importantes pero ya les hemos dedicado muchos esfuerzos al planificar Europa. Ahora hemos de dedicarnos a ‘Las Pequeñas Cosas’. Por ejemplo, es más importante que un niño de Sevilla esté en contacto con uno Belga y se conozcan, que no que ambos conozcan lo que es el Parlamento Europeo, pero no tengan contacto entre si. Europa la tenemos que construir desde la pequeña relación de amistad, soporte y conocimiento de todos los Europeos como personas, no como instituciones. El individuo y su red de relaciones es la pieza esencial en Europa.
Es tan necesario hacer grandes convenciones y proclamas políticas entre las grandes organizaciones socio-políticas, como el facilitar que la persona que tiene un blog de cocina y cuelga una buena receta, llegue a todos los Europeos. Y la única clave para conseguir esto es una Europa bien conectada y un idioma franco, en este caso el inglés.
Propuesta
Otorgamos una etiqueta de bueno o malo a las cosas, hechos y personas en función de si las sentimos y entendemos como próximas o diferentes de nosotros, no en función de su bondad o maldad intrínseca. Por lo tanto, está bien que adoptemos unas ideas y actuemos a favor de nuestras ideas, porque siempre es necesario actuar ya que no vivimos en un mundo perfecto, pero no pretendamos descartar las otras ideas como malas, ni defendamos nuestras ideas con el argumento de que son evidentemente buenas para todos.
Si queremos construir Europa, hemos de buscar o construir hechos, cosas, valores o personas que sus habitantes vean como próximos o afines, es decir buenos. Hemos de centrarnos en las personas y sus relaciones y en las cosas que las pueden unir.
No podemos actuar como los estados nación o incluso como las nacionalidades han hecho hasta ahora y sumergirnos en la Historia para construir nuestra imagen y los símbolos que unan a las personas. En la Historia de Europa, prácticamente todo ya ha sido asignado a uno u otro estado nación, para que este lo etiquetase como bueno o malo para sus propios ciudadanos.
Europa no puede construirse con la ayuda de la historia existente.
Pero esto no implica que no pueda construirse, que no podamos asignar algunas cosas, hechos, personas o valores a la idea de Europa para que la gente que vive en Europa se sienta identificada con Europa y por lo tanto lo catalogue como algo positivo para ellos.
Hay todavía varias vías desde las que se pueden construir los conceptos que han de ir transformando la mentalidad de la sociedad europea. Por ejemplo
1 – A pesar de lo indicado, es posible todavía apropiarse de elementos importantes que, por pertenecer a varios Estados o a Estados débiles, no han podido ser predados totalmente por un solo Estado Nación. Por ejemplo Descartes, la imprenta, Carlomagno, la gastronomía, la Grecia y Roma clásicas y sus interpretaciones, etc. Estos elementos todavía no tienen una etiqueta clara y por lo tanto podemos utilizarlos evitando conscientemente de etiquetarlos.
2 – Podemos inventar tendencias o mentalidades imposibles de demostrar pero que den solidez o fantasía a cualquier elemento histórico que ya estuviese trabajando en la idea de una Europa sin fronteras
3 – Podemos empezar a generar nuevos iconos Europeos. Ya sea utilizando personajes tipo: políticos con gancho (no burócratas), deportistas, empresarios, modelos, actores y personajes públicos que se definan como Europeos. O bien con edificios o elementos singulares que puedan ser apropiados para el ideal de Europa, el CERN, la WWW, el mp3, Spotify, la Champions Leage, el torneo Europa-Usa de Golf, los grandes museos europeos, el concepto de los castillos y palacios europeos, la arquitectura y modo de vida a orillas del mediterráneo desde el Sur de España hasta las islas griegas pasando por la Provenza, la Riviera Francesa, Italia, etc.
4- Y la vía más importante: Podemos apoyarnos en el Arte y la Cultura Europeos.
Arte y Cultura
El arte es una de las pocas facetas que ningún estado ha conseguido apropiarse y etiquetar por completo para si mismo y, por lo tanto, en general, no genera un enemigo. Es una de las pocas excepciones en las que un ángel no necesita de su demonio y son justamente el Arte y la Cultura unos de los elementos más significativos de Europa.
Los artistas o creadores pueden ser fácilmente identificados con un Estado Nación, pero su obra, su creación, escapa a los límites de los Estados Nación, aunque curiosamente no acostumbra a sobrepasar los límites de Europa.
Mozart quizás se sentía austriaco y los austriacos son bien libres de habérselo apropiado, pero gran parte de su obra es imposible decir que es Austriaca, pues ha sido integrada en la idea de Europa. Por ejemplo, en todo el mundo, escuchar La Flauta Mágica se asocia con Europa. Incluso iconos del nacionalismo como fueron Verdi o Wagner, no pueden evitar que su música haya escapado a las fronteras de sus Estados Nación y sea identificada como parte de Europea. Además, muchos artistas no se sintieron muy ligados a sus fronteras y, por lo tanto, su arte se creo a caballo de varios países o utilizando fragmentos de cultura de diversos estados. Van Gogh era Holandés, pero sus cuadros nos llevan muchas veces a la Provenza Francesa. Bizet era Francés pero es imposible separar su nombre de las imágenes del Sur de España, que su obra Carmen generó. Shakespeare es el símbolo de las letras inglesas, pero todo el mundo que oye las palabras Romeo y Julieta vuela a la Italia medieval.
También nos encontramos que el paisaje de inspiración o trabajo que muchos artistas tomaron como su referencia, no se corresponde con las fronteras de los Estados Nación. Las Danzas Eslavas de Dvorak no se refieren únicamente a la comunidad eslava de su país, ni encajan con los limites de ningún otro país. Toda la novela Artúrica se mueve con soltura por el actual Reino Unido, Irlanda, la Bretaña Francesa incluso, los países escandinavos. La poesía provenzal no se refiere ni limita a la actual Provenza, el románico lombardo no acaba en la Lombardía y la arquitectura que se gestó en Cluny Francia, se extendió por toda Europa y se convirtió en un icono de Europa e incluso en símbolo de una época; el gótico.
El arte puede convertirse en el poder unificador de las relaciones intersubjetivas de los Europeos, pues puede establecer relaciones de igual a igual entre personas de diferentes naciones, sin que nadie tenga que renunciar a nada, ni sentirse atacado. En el arte y la cultura es posible, en la mayoría de casos, ensalzar ángeles sin tener que despertar a los demonios. Es posible unir en comunicación a personas, sin establecer relaciones de poder o privilegio. El arte y la cultura, al igual que la amistad, establecen vínculos que pueden enriquecer a amabas partes porque no se basan en la sumisión del uno al otro. No hay servitud porque no hay lucha para obtener parte de un supuesto interés en juego, pues el único interés que se puede conseguir es el de compartir el juego.
Schiller apuntaba que el arte puede servirnos como el pegamento básico para reformular una nueva sociedad, evitando los errores del pasado. No es necesario llegar a este extremo, pero cuando nos planteamos el crear los símbolos que mantengan la ilusión de una identidad y de un proyecto común Europeo, no podemos basarnos en la emoción que los actos históricos y las verdades absolutas despiertan y que en Europa ya están muy manipulados. No podemos tampoco recurrir a construcciones o elaborados discursos racionales, creados por unos popes que justifiquen la necesidad de formar una identidad colectiva. Sin pasión y con las verdades ya desacreditadas el tema no funcionaria.
El arte y la cultura se han extendido por Europa desde el inicio de los tiempos, sin un núcleo que emita y controle siempre todo su potencial. Es una malla que envuelve a sus habitantes y les iguala. Si utilizamos el Arte para crear los símbolos que toda psique necesita sin tener que despertar a los demonios. La Cultura para entender que no hay verdades únicas, sino herramientas para comprender y que toda acción, fruto de esa comprensión, ha de ser proporcional al tiempo y lugar. Si trabajamos para que el conocimiento empático se extienda entre las personas que viven en Europa, facilitando que puedan comunicarse y desplazarse gracias a un idioma común como es el inglés y una buena red de transportes interna. Si vamos en esta dirección, estaremos construyendo una Europa diferente que puede empezar a ser interesante para los Europeos y complementar sólidamente, los avances que ya se han producido en otras áreas como la industrial o la moneda única.
En resumen:
Trabajamos para construir una Europa de las personas; contra nadie pero con objetivos claros y criticables; sin rémoras del pasado pero con conocimiento de lo que hemos sido; con una actuación política fiscalizada y profesional centrada en las personas; con unos habitantes comprometidos a nivel local y valientes a nivel internacional en la defensa de lo que creen justo.
Los Europeos somos unas personas que para construir nuestra identidad no necesitamos grandes verdades, indudables religiones o diabólicos enemigos. De esto ya hemos tenido suficiente en nuestra Historia. Lo que queremos ahora es la mirada del otro, la mirada de quien te conoce y, porque te conoce, te diferencia, haciéndote sentir único y parte de todos.
Sin sumisiones a nada ni a nadie, porque la fuerza de Europa es la fuerza de los Europeos que quieren hacer un mundo mejor y, con conocimiento y humildad; lo intentarán.