Oikoumene – Comunidad – Relacionarse – Sobrevivir – Vivir – Convivir
Introducción
Un concepto que aparece con mucha frecuencia al hablar de la sociedad y de las personas, es el de Cultura Exterior. Por este motivo, he pensado que era conveniente detallar un poco más, qué es este concepto titulado «Cultura Exterior de las Personas».
El concepto de «Cultura Exterior de las Personas», su relación con la autoconciencia de las personas y su impacto en la sociedad europea actual, es uno de estos conceptos que surgen por si solos, cuando nos hacemos conscientes, de que nuestra auto-percepción actual, no es algo genético o fruto de nuestra constitución biológica, sino del entramado de la sociedad en la que hemos sido formados. Lo que somos ahora, nuestra consciencia de Personas, es el resultado de donde venimos, por donde hemos pasado y hacia donde nos dirigimos. Si alteramos de donde venimos, por donde hemos pasado y hacia donde nos dirigimos, tendremos una autoconciencia diferente y una verdad diferente. Nuestra verdad es simplemente la conclusión a un viaje. Aunque, como toda conclusión y toda verdad, por evidente que pueda parecer, nunca será una verdad absoluta.
Norbert Elias, en su obra «La Sociedad de los individuos» escribe: «Existe hoy en día un modelado de la autoconciencia muy difundido, que induce a la persona a sentir y a pensar: «Estoy aquí, completamente solo; todos los demás están ahi fuera, fuera de mí, y, asimismo, cada uno de ellos recorre su camino con un interior que es él solo, su verdadero yo, su yo puro, y con un disfraz exterior, que son sus relaciones con otras personas». Esta postura hacia uno mismo y hacia los demás, parece a quienes la sustentan algo natural y evidente. Sin embargo, no es ni lo uno ni lo otro. Es expresión de un modelo particular e histórico del individuo, realizado por un tejido de relaciones, por una forma de convivencia de estructura muy específica.»
Norbert Elias escribió esto poco antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando la Cultura Exterior de las personas estaba casi en su punto más bajo y existía la percepción de que lo único que definía al individuo era lo que pudiese emerger de su Cultura Interior. Ahora nos encaminamos a un nuevo cambio en la autoconciencia, que nos conduce a una situación de equilibrios entre Cultura Exterior y Cultura Interior, pero Norbert Elias es muy claro al indicar que independientemente de nuestra autoconsciencia puntual, lo importante es saber que es un estado temporal y fruto de un modelo de sociedad.
Para poder entender el porqué el concepto de Cultura Exterior es tan necesario, ahora, en este momento puntual, al plantearnos las nuevas políticas Europeas para la sociedad del siglo XXI, hemos de hacer una incursión en nuestra historia, e ir a las raíces de la sociedad y de la autoconciencia del individuo europeo. Pienso que este viaje nos aportará la correcta perspectiva, para ver como el concepto de Cultura Exterior y su relación con la Cultura Interior no es algo que aparece de la nada, sino que es el resultado de una evolución lógica de las ideas y conceptos que hasta ahora se han utilizado para entender, definir y gestionar al individuo en sociedad y, la manera que tiene la persona de vivir en su sociedad y de sentirse en su sociedad.
Los individuos han creado su sociedad, pero no olvidemos que la sociedad ha modelado a los individuos que la conforman. En esta relación que se retroalimenta, el medio por el que los individuos y la sociedad se han ‘comunicado’ y ‘modificado’ es la Cultura. A través de la Cultura se ha podido crear la relación de feedback que modela a las personas y adapta las sociedades y es en este juego de cambios, donde hemos ido evolucionando desde el hombre medieval hasta el hombre actual. En cada cambió o transformación, hemos tenido que generar símbolos, conceptos e ideas, es decir, un acervo cultural que nos ayude a vivir juntos en sociedad. Pero lo que constituye una comunidad cultural, como indica Jerome Bruner, no es sólo el compartir creencias acerca de como son las personas y el mundo, o acerca de cómo valorar las cosas, sino también la existencia de procedimientos interpretativos que nos permitan juzgar las diversas construcciones de la realidad que son inevitables en cualquier sociedad.
Si en las sociedades europeas no ha existido el concepto de equilibrio entre Cultura Interior y Cultura Exterior, que es un concepto básico en las políticas aquí expuestas, en gran medida ha sido porque no era necesario para la supervivencia y autojustificación de esa sociedad. En la historia de Europa, a veces ha predominado la Cultura Exterior, otras la Cultura interior. La importancia del equilibrio entre las culturas aparece ahora, quizás porque este concepto puede ser una de las herramientas, que nos permitan construir y entender la realidad a la que nuestra sociedad está siendo sometida, y que ya no responde, a los procedimientos interpretativos clásicos.
Nuestras Raices
«La sociedad somos todos nosotros, es la reunión de muchas personas. Pero la reunión de muchas personas, forma en la India o en China un tipo de sociedad muy distinto al que forma en Barcelona o en Suiza; la sociedad medieval que en el siglo XII formaba en Europa un conjunto de personas particulares era distinta a la del siglo XVI o a la del siglo XX.» Nos dice Norbert Elias en el libro antes mencionado y, la forma y las particularidades de la sociedad europea actual, son consecuencia de la selección, más o menos arbitraria, de una senda histórica que encuentra su origen en las culturas greco-romana y en el medio-oriente (Mesopotamia, Israel, Babilonia, Asiria etc). De estas dos cosmo-visiones la sociedad europea heredó muchísimas cosas, pero sobretodo adoptó rápidamente dos conceptos básicos: el Patriarcado Expansivo y el Renacimiento Constante.
El Patriarcado Expansivo, es la forma de sociedad patriarcal basada en la expansión y en la sobrevaloración de los valores masculinos. Este modo de vida conduce necesariamente a la violencia y a la destrucción, pues la expansión se fundamenta en el sometimiento constante de los otros, por la fuerza, hasta que necesariamente, se encuentra a alguien más poderoso, que vence al actual poder o; surge en el interior del grupo de poder un rival que lo destrona. En cualquier caso, como indica Josep Fontana en ‘Europa ante el Espejo’, la actitud siempre es la de generar a un ‘otro’ al que has enfrentarte para seguir creciendo y, al que puedes demonizar o saquear en beneficio propio, pues es ‘diferente’. El nucleo ideológico del Patriarcado Expansivo es simpre y muy conocido. Te expandes territorialmente, no por que tu crecimiento interior despierte la admiración de todos, y tu actitud pacífica y respetuosa elimine los miedos y reticencias que el ‘otro’ pueda tener frente a ti; te expandes porque consigues sobrevivir a la expansión de ‘los otros’ y someterlos a tu control. En palabras sencillas: Te expandes porque pegas más fuerte, no porque eres más simpático. Si no hay ‘otro’ a quien someter, no hay expansión posible y cuando no hay ningún ‘otro’ más allá de las fronteras, es muy posible que el detentor del poder, genere un ‘otro’, es decir, un enemigo, dentro de los limites de su zona de influencia que le permita justificar su continua actitud expansiva.
El Renacimiento Constante es el otro hecho diferencial Europeo y se fundamenta en la percepción de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Nuestro cerebro acostumbra a recordar lo positivo del pasado y a adaptar el recuerdo del pasado a las necesidades del presente y de esta particularidad, los europeos hemos hecho un arte. Si en el momento presente las cosas no funcionan bien, siempre es posible recordar un pasado maravilloso del que nos hemos alejado y, al que deberíamos volver o, como mínimo, del que podríamos aprender para solucionar nuestro presente.
Cualquier Patriarcado Expansivo que exista es porque ha tenido, o tiene, cierto éxito en su expansión. Cualquier patriarcado que ha tenido una expansión, necesariamente tendrá una época de crisis expansiva y necesitará un renacimiento que le permita aspirar a cambiar, pero sin variar, el fundamento de su sociedad. Al fin y al cabo, si el Patriarcado Expansivo permitió a una determinada sociedad llegar a ese momento de gloria, el problema no es el modelo, sino la aplicación del modelo.
El Renacimiento Constante justifica y lava las heridas del Patriarcado Expansivo, evitando que el modelo sea cuestionado y al mismo tiempo, le permite reformularse introduciendo un factor de dinamismo en el cambio, que busque nuevas estrategias para que el patriarcado pueda volver a ser victorioso en su expansión. Este dinamismo permite que el Patriarcado Expansivo se adapte y mejore constantemente en sus capacidades expansivas o, simplemente lleve a su extinción a la sociedad que no consiga mejorar sus capacidades expansivas.
Desde estos dos pilares, los diversos pueblos de Europa, a través de la edad media, crecieron, rezaron y se combatieron hasta que llegaron al cambio de milenio y todo empezó a cambiar. No porque con el cambio de milenio llegase el redentor o se terminase el mundo como auguraban los más catastrofistas, sino porqué el binomio pensamiento-cultura empezó a cambiar.
Pero retrocedamos todavía un poco más.
Oikoumene
La Oikoumene o Ecúmene, según los griegos, era la tierra poblada por una cultura similar, en contraposición a las tierras despobladas o pobladas por bárbaros, zonas que se consideraban un submundo primitivo y sin cultura.
Durante el imperio romano, el concepto de la Ecúmene pasó a designar el mundo romano y siguió manteniendo la connotación de superioridad. Lo que estaba fuera de la Ecúmene era bárbaro, primitivo, ignorante e inferior. Hasta que un fatídico 24 de Agosto del año 410 DC, lo que estaba fuera de la Oikoumene, esos seres inferiores y sin cultura, se presentaron en el corazón del mundo romano sin invitación pero con traje de fiesta; y Roma cayo rendida a sus brazos. El impacto que la presencia de esos emprendedores bárbaros paseando por Roma causó entre los intelectuales cristianos y la destrucción que provocaron fue más que notable. El Patriarcado Expansivo de los otros había vencido.
Fruto de esta conmoción, algunos pensadores cristianos como San Agustín, reformularon la visión de la Ecúmene y plantearon que, quizás lo que otorgaba la connotación de ‘superior’ al ser humano, no era su pertenencia a un grupo en un territorio definido por otros seres humanos, pues la experiencia había demostrado que los humanos podían equivocarse, sino la pertenencia o no, al grupo definido por Dios. Dios, a diferencia de los hombres, no se equivoca, o como mínimo se equivoca menos. Si los humanos querían situarse en una dimensión superior, por encima del reino primitivo y animal, lo que tenían que hacer era buscar amparo en la Ciudad de Dios. En una Ecúmene basada en la fe, no en la geografía.
Esta nueva ideología permitía además justificar hechos como la caída de Roma o incluso la de Jerusalén. Si las grandes capitales habían caído y perdido su esplendor, era porque sus habitantes se habían separado de Dios y de la imagen de la Ciudad de Dios, que era el ideal de sociedad al que aspirar. La grandeza de las antiguas ciudades elegidas era por lo tanto un don concedido, que podía ser retirado y trasladado a otra ciudad o reino. Esto implicaba en cierta manera, una linealidad y causalidad novedosa dentro del pensamiento mítico-religiosa y permitía suponer que, podía existir un reino en Europa que fuese heredero de los grandes reinos de la antigüedad y del saber de los clásicos griegos y romanos. El motor del Renacimiento Constante conseguía situar así un nuevo objetivo, una línea de trabajo basada en la idea de que en Europa podía renacer el reino de Dios.
Las fuerzas del Renacimiento Constante se ponían de nuevo en marcha para reajustar el modelo de Patriarcado Expansivo y corregir los errores que habían provocado sus últimas derrotas o simplemente ver como se podía superar la situación de impás.
Translatio
La «Translatio Imperii» y la «Translatio Studii» que es como se conoció en la época medieval la idea de que el poder divino y la sabiduría del pasado podían trasladarse de un reino a otro, bebía sus fuentes de diversos fragmentos de la Biblia, como es el sueño profético de Nabucodonosor narrado en el Capítulo II, versículos 26-45, del libro de Daniel y la interpretación que del mismo hace San Agustín.
El poder y majestad de Dios, sólo existía en una ciudad por ejemplo, si los habitantes de esa ciudad demostraban ser dignos de la gracia del señor. Las personas debían concentrar sus esfuerzos en actuar acorde con las directrices de la iglesia y esta, debía trabajar la sociedad para que fuese lo más parecida posible a la Ciudad de Dios. El que una nación o ciudad pasase a ser el nuevo centro del mundo, dejaba de ser un tema que estuviese en manos de los humanos y se dejaba en manos de Dios. Sólo él decidía que ciudad o reino reunía suficientes méritos para ser receptora de la «Translatio Imperii» y la «Translatio Studii». Y, puesto que en el catolicismo el diálogo bidireccional con Dios está prohibido -excepto para algunos santos o iluminados- el conocer la opinión de Dios acerca de, lo bien o mal que se estaban haciendo las cosas, pasaba inexorablemente por su representante en la tierra; El Papa de Roma y sus ayudantes.
Por mandato divino, el Papa era quien tenía la última palabra sobre el poder eclesiástico y sobre el poder civil. Esta era la teórica, aunque tendremos que esperar a la llamada reforma Gregoriana, para que esta doctrina de la superioridad del poder espiritual sobre el poder temporal alcance su máxima expresión y al mismo tiempo sus máximos conflictos. Entre el S.VI y el S.X la iglesia, como poder centralizado, simplemente no disponía de suficientes medios de control de su propia infraestructura y mucho menos de la sociedad feudal europea. La Institución era todavía débil, pero aunque no podía imponer a placer sus opiniones, si que consiguió sembrar la mentalidad de la sociedad, con una serie de teorías destinadas a legitimar su poder, dar validez de su modelo de sociedad y poner la semilla de la duda y la desconfianza respeto al raciocinio humano en dos aspectos básicos que Francesc Casadesus Bordoy en su artículo «Crisis de la Raó» sintetiza así: la incapacidad del hombre para autogobernarse y la incapacidad del hombre para elegir un régimen político.
El Augustinismo Político y sus complementos conceptuales como el Plenitudo Potestatis o la Donatio Constantini, sentaron las bases de lo que se conoce como la Teocracia Papal y potenciaron un espíritu del tiempo, que presentaba un modelo de sociedad, cerrado y universal, como el único posible.